Cuando escuchamos las palabras “enfermedades crónicas” automáticamente asaltan a nuestra mente ideas como muerte, dolor, dependencia, ruptura del proyecto vital y un profundo sentimiento de miedo. Todos/as conocemos ejemplos de patologías de carácter crónico: cardiopatías, diabetes, cáncer, sida, etc. Pero, ¿qué tienen en común todas estas afecciones? Independientemente de su etiología, comparten como características principales y definitorias dos aspectos: la larga duración de las mismas o su carácter permanente y el impacto en el estilo de vida de las personas afectadas por las mismas.
No obstante, parece que existen discrepancias entre el ideario del ciudadano de a pie y el del sistema sanitario cuando nos referimos a las enfermedades crónicas. Se observa que, desde el ámbito sanitario, el interés por el impacto psicológico de la aparición, desarrollo y progresión de estas patologías se disipa o pasa a un segundo plano, centrando su línea de tratamiento únicamente en la afectación orgánica. Seguramente a todos/as se nos venga a la mente aquel padre, madre, pareja, amigo/a, vecino/a que fue diagnosticado de cáncer y tuvo que esperar tres meses para poder tener una cita con el servicio de psicología del hospital mientras la quimioterapia ya hacía mella en su corporalidad. Sin duda, padecer una enfermedad crónica es un factor de riesgo para adquirir problemas de salud mental.
Por ilustrar estos aspectos con algunos datos, señalar que, según un artículo de una revista científica publicado en el año 2011, al menos el 30% de todas las personas con una condición crónica presentan también un problema de salud mental. En concreto, la incidencia de depresión y ansiedad en este subgrupo de población es mucho mayor que la población general. La depresión profunda en aquellas personas afectadas por dolencias clínicas crónicas aumenta la carga de su enfermedad y de sus síntomas somáticos, causa un aumento de la discapacidad funcional y aumenta los costes médicos.
Pero, ¿qué sucede desde el otro ángulo? ¿Una persona con problemas de salud mental tiene mayor probabilidad de padecer enfermedades físicas crónicas? Así es: los factores de riesgo para el desarrollo de condiciones crónicas, tales como el consumo de alcohol y tabaco, un estilo de vida sedentario, mantener una dieta poco saludable, tener dificultades de acceso a la atención médica, etc. se exacerban en aquellas personas que presentan trastorno mental. Dicho de otro modo, las enfermedades mentales pueden promover una mayor frecuencia de conductas de riesgo para la salud.
Con respecto a ello, se ha demostrado que las personas con depresión presentan un riesgo tres veces mayor de no adherirse al tratamiento médico asociado a una enfermedad crónica. Asimismo, los trastornos del estado de ánimo y aquellos vinculados al consumo de alcohol, se consideran predictores de la aparición, progresión, manejo y nivel de discapacidad asociado a la afección crónica no contagiosa.
Sin embargo, hemos de reivindicar un enfoque más amplio con respecto a las patologías crónicas. Existe una tendencia generalizada a pensar en afecciones crónicas como aquellas de carácter meramente físico; incluso las investigaciones en el campo de la enfermedad crónica se centran en este grupo de patologías, olvidando que los trastornos mentales graves representan el 40% del total de afecciones crónicas.
En concreto, el padecimiento de un trastorno mental grave se asocia a mayor riesgo de aparición de una amplia gama de patologías crónicas físicas, entre las que destacan la artritis, el dolor crónico, la enfermedad cardíaca, el accidente cerebrovascular, la hipertensión, la diabetes, el asma, la enfermedad pulmonar crónica, la úlcera péptica y el cáncer. Además, algunos estudios evidenciados de manera científica en el campo del trastorno mental grave ponen de manifiesto que, el cáncer, especialmente el de mama y el de pulmón, es la segunda causa de mortalidad en las personas con esquizofrenia, cuyo riesgo de muerte por tal dolencia es un 50% mayor que el de la población general.
Según la Federación Mundial de Salud Mental, son muchos los factores que explican por qué en este contexto las enfermedades mentales no se tratan de forma adecuada. Existen variables relacionadas con los/as pacientes, con los/as profesionales sanitarios y con el propio sistema que contribuyen a una atención deficiente. Puede que el/la paciente y su familia no reconozcan o identifiquen correctamente los síntomas referentes a cada patología o tal vez duden en buscar atención o desconozcan cómo hacerlo. También es posible que los/as profesionales sanitarios no tengan la formación, el equipamiento o el apoyo adecuados para proporcionar intervenciones apropiadas. Por último, es imposible ocultar las serias limitaciones del sistema sanitario relacionadas con los recursos financieros y con la disponibilidad y el acceso al tratamiento de la salud mental, más aún si se presenta una doble patología crónica.
Estos impactantes datos nos permiten extraer tres conclusiones. La primera de ellas es la importancia de que las autoridades y los responsables de las políticas sanitarias conozcan los graves riesgos que implica dejar de lado la consideración de los trastornos mentales en el abordaje de las enfermedades crónicas, puesto que las acciones que no tengan en cuenta los problemas de salud mental se traducirán en un mayor coste económico y en una menor eficacia.
La segunda conclusión es la necesidad de integrar las intervenciones dirigidas a la prevención primaria de las enfermedades físicas crónicas en el tratamiento de todos los trastornos mentales. Esta prevención ha de realizarse tanto en la atención primaria como en la hospitalaria y, prioritariamente, desde las primeras etapas de la enfermedad mental, lo que ayudará a los pacientes a tomar mejores decisiones sobre su estilo de vida que, a su vez, tendrán un impacto duradero en su salud física.
Por último, se torna fundamental poner en valor el papel de las asociaciones de pacientes, tanto de personas con problemas de salud mental como de aquellas que padecen una enfermedad orgánica, estrechando su colaboración al máximo y optimizando recursos para poder ofrecer una atención integral y con la mayor calidad posible.