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Y A TRAVES DE ELLAS SENSIBILIZAR, EVITAR O DISMINUIR EL ESTIGMA SOCIAL Y CONCIENCIAR A LA POBLACIÓN SOBRE ESTA ENFERMEDAD.

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La enfermedad mental como estigma familiar

Los psiquiatras reafirman que el apoyo de los familiares de un enfermo mental grave es clave en el cumplimiento del tratamiento
Por solas que parezcan, las personas que sufren una enfermedad mental grave (esquizofrenia, trastorno esquizoafectivo y trastorno bipolar) tienen padres y hermanos, maridos o esposas e hijos, una unidad familiar de la que dependen por completo. Si siguen el tratamiento preceptivo para la enfermedad que padecen, como tantos otros enfermos crónicos, pueden llevar una vida plena y productiva. Sin embargo, una cosa es la teoría y otra la práctica. Un estudio internacional llevado a cabo por psiquiatras revela que hay grandes barreras en el bienestar a largo plazo de los enfermos mentales graves, entre las que se incluyen el estigma, los recursos limitados, el miedo a las recaídas y sus consecuencias.
Autor: Por JORDI MONTANER
Fecha de publicación: 12 de octubre de 2008

– Imagen: Abel Pardo López
Un total de 697 psiquiatras de Australia, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Portugal, España, Reino Unido y EE.UU. pusieron en común a través de una encuesta sus opiniones sobre cómo afectan los cuidadores familiares, el estigma, la falta de adherencia al tratamiento y la recaída a las vidas de las personas con enfermedad mental. Los hallazgos ponen de relieve cómo las recaídas continuas de la enfermedad mental pueden tener consecuencias devastadoras tanto para los pacientes como para sus familias y disparan una tendencia a la hospitalización, la pérdida de empleo, la cárcel o incluso el suicidio.
Este estudio, el segundo de la serie «Keeping Care Complete» (manteniendo una atención integral), parte de las conclusiones de otro anterior llevado a cabo en el 2006 entre 1.082 cuidadores y familiares.
Más de 50 millones en todo el mundo
Las recaídas continuas de la enfermedad mental tienen consecuencias devastadoras para los pacientes y sus familias
Más de 50 millones de personas padecen enfermedad mental grave en todo el mundo, según ha dado a conocer Preston Garrison, secretario general de la Federación Mundial para la Salud Mental (WFMH). «Una consecuencia indirecta de la enfermedad mental grave es que puede tener un impacto negativo en la salud de los cuidadores, tanto física como mental; por eso es tan importante que los miembros de la familia consigan el apoyo que necesitan, de forma que puedan realizar un mejor cuidado de sus seres queridos».
«Keeping Care Complete» es una iniciativa que persigue comprender los desafíos de la vida real que encaran aquellos que tratan, cuidan y conviven con la enfermedad mental grave y plantear posibles soluciones. La iniciativa de la WFMH cuenta también con el apoyo de la industria farmacéutica.
Recaídas en el punto de mira
La recaída es una preocupación importante tanto para los cuidadores como para los psiquiatras, ya que los pacientes pueden sufrir varias a lo largo de sus vidas y la mayoría de veces tienden a empeorar. El 37% de los cuidadores y familiares encuestados admite que el enfermo mental grave a su cargo experimenta una media de cinco o más recaídas desde su diagnóstico, lo que las convierte en causa principal de preocupación. «Las consecuencias de la recaída son devastadoras, tanto para los pacientes como para sus cuidadores», advierte Garrison.
La mitad de los psiquiatras encuestados reconoce haber visitado por lo menos a un paciente con tentativa de suicidio como resultado de una recaída. Para los cuidadores, esta situación puede provocar incluso el deterioro de su propia salud física o mental y un notable gravamen económico, puesto que acarrea muchas veces la pérdida de un empleo o requiere alteraciones sustanciales en la organización de sus vidas.
Incumplimiento terapéutico
Según el 84% de los psiquiatras encuestados, la causa principal de recaída en personas con esquizofrenia es un mal cumplimiento del tratamiento prescrito. Casi la totalidad de los especialistas (98%) también está de acuerdo en que la falta de adherencia total o parcial frena la eficacia del tratamiento en la mayoría de los pacientes con trastorno bipolar. Además, los psiquiatras y los cuidadores están de acuerdo en que discontinuar el fármaco es un obstáculo para el éxito del tratamiento, que conduce con mucha frecuencia a la recaída.
Según Dieter Naber, del Departamento de Psiquiatría y Psicoterapia de la Universidad de Hamburgo (Alemania), «todos los pacientes son diferentes, por lo que los psiquiatras necesitan conocer a cada uno de ellos, sus actitudes hacia el tratamiento y sus condiciones sociales para ayudarles a encontrar y a permanecer en el plan de tratamiento que funcione mejor en su caso». El estudio llevado a cabo, además, demuestra cómo los pacientes y cuidadores se benefician ahora de otros apoyos distintos a los del medicamento, como los programas de cuidado a familiares, terapias de grupo, dietas, ejercicio y esquemas estables que ayudan a sentirse bien.
Estigma social
El estigma social contra las personas con enfermedad mental grave es doloroso y también puede tener consecuencias perjudiciales. El 87% de los psiquiatras y el 82% de los cuidadores han comprobado que los efectos del estigma y la discriminación hacen más difícil que las personas con enfermedad mental grave se recuperen. Un 92% de los psiquiatras sostiene, por añadidura, que las representaciones incorrectas de la enfermedad mental grave en los principales medios de comunicación pueden incrementar más la socialización del estigma, afectando negativamente al bienestar de estos enfermos y sus familias, además de dificultar su tratamiento.
Los resultados del «Keeping Care Complete» dan fe de que llevar a cabo tareas cotidianas de forma autónoma, salir del hospital, conservar un empleo estable, independizarse y tener relaciones sentimentales son algunas de las motivaciones más positivas que los pacientes pueden experimentar al ser tratados de manera satisfactoria. El 96% de los psiquiatras y el 74% de los cuidadores subrayan que, más allá de la medicación, el apoyo familiar es un factor clave para una buena estabilidad de los pacientes. Asimismo coinciden en que los programas diseñados para ayudar a estas personas en su bienestar integral son válidos igualmente para gestionar sus síntomas, por más que sean necesarios más servicios sociales de apoyo a la salud mental.
Aunque una mayoría de psiquiatras anima a los cuidadores a participar en programas de apoyo y educación, los datos extraídos apuntan que menos del 10% de los cuidadores con los que colaboran acaban participando en estos programas. Al preguntar sobre los resultados de rehabilitación, sólo un 19% de los psiquiatras está convencido de que existen suficientes recursos disponibles en su comunidad para estos pacientes.
UN SOMBRERO DE TRES PICOS
La enfermedad mental grave asoma en tres vértices que constituyen el trastorno bipolar, la esquizofrenia y el trastorno esquizoafectivo. Se trata de tres síndromes complejos que no conocen fronteras económicas, culturales ni raciales. El trastorno bipolar, conocido antiguamente como trastorno maníaco-depresivo, se caracteriza por un estado de ánimo oscilante, con síntomas de manía y de depresión. La esquizofrenia, por su parte, transcurre con episodios psicóticos agudos, incluyendo delirios (falsas creencias que no pueden corregirse con la razón), alucinaciones (normalmente en forma de voces o visiones irreales) y discapacidades a largo plazo como la disminución de las emociones, pérdida de interés, síntomas depresivos y pensamientos suicidas.
El trastorno esquizoafectivo, en cambio, se caracteriza por una combinación de síntomas de esquizofrenia y de un trastorno del estado de ánimo. En todo el mundo, se conoce que 27 millones de personas padecen trastorno bipolar y 25 millones sufren esquizofrenia. Aunque la prevalencia exacta del trastorno esquizoafectivo no está clara, se estima en torno a tres casos por cada mil personas.


Esquizofrenia y calidad de vida, un reto pendiente

Esta enfermedad supone tal impacto que, en muchos casos, la vida familiar, social y laboral de quien la padece no volverá a ser como antes
La aparición de la esquizofrenia traza una frontera en la vida de los afectados y de su entorno. Asimismo, la sobrecarga que experimentan familiares y amigos cercanos en el cuidado de estos enfermos es un reto pendiente de solución por parte de las autoridades sanitarias. No obstante, existen recomendaciones y asociaciones de apoyo que pueden aliviarla.
Autor: Por CLARA BASSI
Fecha de publicación: 10 de agosto de 2008

Enfermedad crónica

– Imagen: Lars Sundström
Estigma social, incapacidad para trabajar, deterioro de las relaciones familiares y distanciamiento de los amigos son algunas de las consecuencias que sufren las personas con esquizofrenia. Este trastorno mental marca un punto de inflexión en la biografía de quienes van a convivir con ella desde el momento en que se manifiesta, con gran impacto en su calidad de vida. La persona que la padece se convierte en un enfermo crónico y el entorno más próximo en su cuidador.
Alrededor de un 1% de la población padece esta enfermedad, un dato similar por sexo, edad y por países. Aunque este porcentaje parezca bajo, significa que en España hay unos 400.000 enfermos de esquizofrenia y, por lo tanto, otras tantas familias afectadas.

¿Qué es la esquizofrenia?

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define como persona con esquizofrenia a aquella que, sin razón aparente, muestra una conducta anómala que dura más de un mes ininterrumpidamente y que se caracteriza por distorsión de la percepción, del pensamiento y de las emociones. Los afectados creen que los demás comparten sus pensamientos, sentimientos y actos más íntimos y llegan a creerse el centro del mundo, según define la guía «Entre la incertidumbre y la esperanza. La esquizofrenia en familia», editada por la Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Enfermos Mentales Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Enfermos Mentales (FEAFES).
Los síntomas de las fases más graves de la enfermedad son agitación, insomnio, ideas delirantes y alucinaciones
No es un estado de «doble personalidad», ni fruto de la baja escolarización, ni el resultado de un trauma psicológico infantil, reconoce la «Guía interactiva para pacientes con enfermedades de larga duración», de Miquel Bernardo, director del Programa de Esquizofrenia del Hospital Clínic de Barcelona. Cada vez se conocen más factores relacionados con la enfermedad: hasta ahora se han identificado 15 marcadores genéticos de riesgo, aunque no son condición suficiente para sufrirla. Se sabe que la base genética de cada persona predispone a padecerla, pero no es determinante. Para que lo sea, tiene que haber un factor ambiental que la ponga en marcha.
Entre estos factores se han identificado agentes químicos (los fumadores de marihuana tienen más riesgo) y factores ambientales como la malnutrición (en China y en Holanda se observó, durante la Segunda Guerra Mundial, un aumento de casos). Aunque aún está en fase de estudio, también se ha visto que puede tener relación con alguna infección del feto durante el embarazo. Un reto de la investigación actual es conocer mejor el puzzle de los factores que la propician para poder prevenirla.

Abanico de síntomas

Los síntomas que despiertan la sospecha de los psiquiatras ante un caso de esquizofrenia son los prodrómicos o iniciales. Tener pensamientos extraños y mágicos, tender al ensimismamiento y aislamiento, timidez muy forzada, imaginación exagerada, repentinas pérdidas de interés, merma del rendimiento académico, absentismo escolar, súbito interés por temas de ocultismo y psicología o tornarse sumamente religioso pueden poner sobre aviso de que se avecina un brote psicótico, que suele manifestarse en forma de brotes o crisis, a los que sigue un periodo de remisión.
Los enfermos tienen dos grandes tipos de síntomas, los positivos y los negativos, que no significa que sean buenos y malos. Los positivos son los que las personas sanas no tienen y los negativos son conductas normales, que también forman parte de la vida de las personas sanas, y que los afectados van perdiendo. Los más «aparatosos» son los positivos, propios de las fases más graves de la enfermedad, como la agitación, el insomnio, las ideas delirantes y las alucinaciones, según las cuales los pacientes piensan que les persiguen, oyen voces o se muestran más agresivos.
En cambio, entre los síntomas negativos figura la falta de voluntad para hacer cosas sencillas, no experimentar sentimientos en ciertos casos o no tener un pensamiento coherente y fluido.
Según los síntomas que predominen, se distinguen distintos tipos de esquizofrenia. La más frecuente es la paranoide, que se caracteriza por un predominio de los síntomas delirantes y alucinaciones. Otras formas son la esquizofrenia hebefrénica o desorganizada, en la que predomina el comportamiento desinhibido (como reír sin motivo) y desorganizado sobre las alucinaciones; y la catatónica, que se define por el impacto en la psicomotricidad (gran rigidez o agitación).

DE LA SOSPECHA AL DIAGNÓSTICO

– Imagen: Mateusz Kapciak
La esquizofrenia debuta, aparentemente, con un brote psicótico habitualmente a partir de los 20 años. Actualmente se está estudiando si existe alguna relación entre antecedentes en la conducta infantil y las manifestaciones en el adulto. Aunque faltan investigaciones, se está viendo que más del 70% de los enfermos con un primer brote habrían tenido alguna manifestación previa relacionada con la enfermedad, aunque no tan llamativa como para precisar ingreso hospitalario.
A pesar de que cada vez se diagnostica en población más joven, no se está produciendo un adelanto en la aparición de los síntomas sino que la esquizofrenia se está detectando antes, según Antoni Bulbena, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital del Mar, en Barcelona. El diagnóstico se basa en síntomas y manifestaciones clínicas. Aunque no existe una prueba diagnóstica concluyente, el Servicio de Psiquiatría que dirige Bulbena utiliza de forma experimental las técnicas de neuroimagen -que permiten estudiar el cerebro- para analizar las anomalías propias de la esquizofrenia. No obstante, todavía no se emplea de forma rutinaria.
El tratamiento de la enfermedad se fundamenta en tres pilares: el uso de psicofármacos (neurolépticos o sedantes y antipsicóticos) y terapia de electroshock; la psicoterapia individual o de grupo para hacer comprender al paciente su enfermedad y ayudarle a afrontarla; y los programas de psicoeducación y de habilidades sociales para recuperar destrezas sociales.
Esquizofrenia y calidad de vida, un reto pendiente 2ª parte

Esta enfermedad supone tal impacto que, en muchos casos, la vida familiar, social y laboral de quien la padece no volverá a ser como antes

El impacto de la enfermedad

Imagen: Sebas Pothe
No cabe duda de que la esquizofrenia tiene un fuerte impacto en la vida de las personas que la padecen. Un 25% suele restablecerse bastante bien, otro 25% necesita ayuda profesional y el 50% restante tiene una evolución inconstante, por la que precisan ayuda profesional y de la familia, que se convierte en un pilar básico. Debe tenerse en cuenta que la salud psíquica no es la única que se resiente. ¿Cuál es entonces el verdadero impacto de la esquizofrenia?

En la salud física

La esperanza de vida de los enfermos de esquizofrenia es un 20% menor respecto a la de la población general y pueden tener niveles elevados de colesterol, obesidad, diabetes de tipo 2 y más riesgo de infecciones como la hepatitis y el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), según un informe elaborado por la Agencia de Evaluación de Tecnologías Sanitarias (AETS) a partir de 144 estudios sobre las enfermedades y causas de mortalidad de estos pacientes.
En España, este documento ha dado pie al Consenso sobre Salud Física del Paciente con Esquizofrenia, realizado por varias sociedades científicas -la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP), la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB) y la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (SEMFYC)- y que pide a los médicos de atención primaria más atención a la salud física del enfermo mental.

La familia

La familia es un soporte fundamental para el cuidado de estos pacientes, a la vez que su mejor remedio
En los años 80 se inició un proceso de «desinstitucionalización psiquiátrica», consistente en dejar de mantener a los enfermos mentales confinados en los centros psiquiátricos para prestarles una atención más digna en su núcleo familiar y en la sociedad. Según esta corriente, los pacientes que viven fuera de un hospital psiquiátrico tienen mejor pronóstico. Pero para ello son necesarios recursos asistenciales alternativos, como hospitales o centros de día y pisos tutelados.
Al final, estos dispositivos asistenciales intermedios resultan insuficientes. Ésta es una de las razones por las que el peso de la atención ha recaído fundamentalmente en la familia, que ha sido «desde siempre un soporte fundamental para el cuidado de los pacientes. Cuando un miembro de la familia enferma, la vida normal desaparece para siempre y la convivencia se ve afectada al máximo», recoge la guía de FEAFES.
Las familias se encuentran en la encrucijada de ser, al mismo tiempo, el mejor remedio para que el paciente viva con normalidad. Los
familiares con fatiga mental y física, agotados y estresados, difícilmente están en condiciones para atender a un enfermo mental. Por esta razón, en los últimos años se han creado programas de respiro familiar (entre ellas, FEAFES, que en España agrupa a unas 30.000 familias) con apoyos puntuales en el domicilio o con unidades a las que ingresar al paciente durante ciertos periodos de tiempo.
Entorno social y laboral
El deterioro de la vida social es otra de las graves consecuencias de la esquizofrenia. La enfermedad invita al afectado a recluirse y, de repente, deja de salir con los amigos y de frecuentar reuniones. Cada vez le resulta más difícil recuperar las relaciones sociales, y a este aislamiento se le añade el estigma social que pesa sobre las enfermedades mentales.
Una de las ideas que perjudica notablemente a estos pacientes es la estrecha relación que, tradicionalmente, se ha establecido entre esquizofrenia y violencia, aun cuando la OMS ha declarado que sólo el 3% de estas personas comete actos violentos, que en la mayoría de los casos se producen en periodos en los que no se toman adecuadamente la medicación. Pese a que hasta un 60% de los pacientes incumple el tratamiento, son muy pocos los que actúan con violencia.
A todo ello se le une el hecho de que entre un 70% y un 80% de estos pacientes está desempleado, muchos nunca han trabajado porque la enfermedad se ha manifestado antes de finalizar los estudios y otros no lo consiguen porque no se les ofrece una oportunidad, por rechazo y temor infundado. Pero no son los únicos rechazados: el 36% de los cuidadores familiares declara haberse sentido discriminado por atender a un enfermo mental, según un estudio europeo llevado a cabo entre 1994 y 1995 y analizado por Miguel Orradre, de la Asociación Navarra para la Salud Psíquica.

CONSEJOS PARA FAMILIARES Y AMIGOS

Tomar un papel activo en la enfermedad. Los afectados están convencidos que delirios y alucinaciones son reales y creen que no precisan tratarse.
Asegurarse de que el paciente toma la medicación. Además de sedantes incluye fármacos para no alejarse de la realidad, superar la angustia y normalizar la conducta.
Aprender a reconocer los síntomas previos a una crisis y, si se da el caso, contactar rápidamente con el psiquiatra. Cuanto antes se le ponga tratamiento mejor es el pronóstico.
Comprender, al inicio del tratamiento con antipsicóticos, que el paciente necesita dormir más y reconocer los efectos secundarios por los que se debe consultar al médico.
Hablarle con frases cortas y sencillas, evitar expresiones ambiguas y no mostrarse tenso.
Reconocer los delirios y alucinaciones como síntomas, sin discutir si son verdaderos o falsos, ya que el paciente los percibe como reales.
Permitir al paciente aislarse algunas veces, estimularlo demasiado puede agobiarle, aunque hay que evitar sobreprotegerlo en exceso para que no pierda capacidades.
Ser previsor ante posibles crisis, mantener preparados nombres y dosis de los medicamentos, números de teléfono y toda la información importante.
Ayudar al paciente a recuperarse, ayudándolo a que siga una dieta sana, descanse mucho, realice ejercicio, respire aire fresco y tenga interacción social.
Ser el cuidador informal de un enfermo mental produce mucho estrés. Buscar apoyo emocional y comprensión en grupos de apoyo suele ser de gran ayuda. Todos los afectados por una enfermedad mental -víctimas, familiares o amigos- deberían pedir ayuda.
* Fuentes: Centro Psiquiátrico Harris County de la Universidad de Texas y guía «Entre la incertidumbre y la esperanza. La esquizofrenia en familia».

Volvamos a pensar

( junta de andalucia – 1 de cada 4 )

Una de cada cuatro personas padece alguna enfermedad mental a lo largo de su vida. En España, se estima que el 9% de la población tiene en la actualidad un trastorno mental. A pesar de que se prevé que aumente en los próximos años y de que afecta por igual a toda la población, las enfermedades mentales son todavía grandes desconocidas para la sociedad. La ansiedad, la depresión, la anorexia o la esquizofrenia son comunes y están muy cercanas. Pueden afectar a una hermana, a una madre, a un amigo, a un compañero de trabajo o a uno/a mismo/a. Y sin embargo, hablar de enfermedad mental se considera con frecuencia un tabú.
Los problemas de salud mental todavía viven y se viven en el silencio, a menudo provocado por el miedo, la vergüenza o la incomprensión, en resumen, por el estigma social que los rodea y los ha acompañado durante siglos. Ese silencio impide que muchas personas afectadas busquen ayuda médica y se recuperen. Las enfermedades mentales se pueden tratar y conseguir la curación total o permitir el desarrollo de una vida plena en la mayoría de casos.
Un error muy común es pensar que la enfermedad mental no es “algo que alguien tiene”, sino “algo que alguien es”
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Mientras el conocimiento científico avanza, la sociedad muy a menudo sigue anclada en estereotipos heredados, que producen discriminación hacia las personas que padecen problemas de salud mental. Las actitudes crueles de marginación y desprecio mantenidas a lo largo de la historia todavía perviven y hay que desterrarlas. Un error muy común es pensar que la enfermedad mental no es “algo que alguien tiene”, sino “algo que alguien es”. Se identifica completamente a la persona con la patología y se lanzan sobre ella todos los prejuicios generados por falsos mitos. Este estigma social es una carga añadida de angustia y desamparo en la persona que la padece.
El peso de la enfermedad mental en la sociedad, en buena medida reforzado por el estigma y la discriminación, es de gran magnitud. El impacto sobre la calidad de vida es superior al de enfermedades crónicas como la artritis, la diabetes o las enfermedades cardiacas y respiratorias. Según la Comisión Europea, en 2020 la depresión será la primera causa de enfermedad en el mundo y la segunda causa de discapacidad. El número de suicidios asociados a la enfermedad mental es superior al de muertes anuales por accidentes de tráfico, homicidios o sida. Las enfermedades mentales son la causa del 10,5% de días perdidos por incapacidad temporal y en torno al 6,8% de los años de vida laboral perdidos por incapacidad permanente.
Enfermedad mental y estigma Eliminar el estigma. Afrontarlo, avances. Conoce la enfermedad mental. Depresión, ansiedad, fobia, esquizofrenia…
Implicación de instituciones y ciudadanía
Las administraciones públicas son hoy conscientes de la presencia y la importancia que la salud mental tiene en la vida cotidiana. Además del coste humano, también implica un ingente coste económico.
El 20% del gasto en los sistemas sanitarios de la UE lo ocupan los procesos de tratamiento y rehabilitación de la enfermedad mental. Se estima que el coste social y económico se sitúa entre el 3% y el 4% del PNB comunitario, unos 182.000 millones de euros.
Desde la UE se elabora una estrategia que se centra en:

Promover la salud mental de toda la población.
Hacer frente a las enfermedades mentales mediante la prevención.
Mejorar la calidad de vida de las personas afectadas por enfermedades o discapacidades psíquicas integrándolas en la sociedad y protegiendo sus derechos y su dignidad.
Desarrollar un sistema de información, investigación y conocimientos sobre salud mental para toda la Unión Europea.

Un número cada vez mayor de recursos y profesionales se suman a la tarea de mejorar la salud mental para elevar el nivel de vida de toda la sociedad. Profesionales de atención primaria, psiquiatras, trabajadores y trabajadoras sociales, enfermeros y enfermeras y profesionales para la integración de las personas con enfermedad mental trabajan con ese objetivo común.
Todos podemos ayudar si eliminamos los mitos y prejuicios que la rodean, la conocemos y repensamos nuestras actitudes hacia las personas que la padecen.

l estigma sobre la enfermedad mental y las personas que la padecen surge de muchas maneras, y hay muchas formas de estigmatización, casi tantas como enfermedades mentales existen.
A quien tiene depresión se le considera débil de carácter y apática. Sufrir ansiedad se asocia con incapacidad de autocontrol. La esquizofrenia se liga a la violencia… El simple hecho de asistir a la consulta de un psicólogo o un psiquiatra supone ciertas preconcepciones sobre la persona, y de hecho se suele ocultar. El estigma tiene muchas fuentes, incluso las más cercanas a la persona. Familia, vecindad, amistades, incluso profesionales de la salud que la tratan pueden generarlo, y está presente en todas las facetas de la vida de la persona con enfermedad mental.

TRIBUNA DEL DÍA
¿Respetamos la enfermedad mental?
Luis Benvenutty Cádiz Información/Cádiz 23/10/2007

El inconveniente que tiene escribir estos artículos es que la mayoría de las veces cae uno en la falta de actualidad. La semana pasada escribía sobre la posible “intervención del ejército” para solucionar la “guerra” del fútbol en la tele y el día antes, resulta que lo arregla un juez de Madrid.Y como ahora todos los días celebramos algo, la semana antepasada fue el Día de la Enfermedad Mental, a la que también me refiero con retraso.
No me gusta esto de los días porque parece, y me temo que sea realidad, que es el único que se dedica al tema. Y hay temas que son menos transcendentes, pero éste de la enfermedad mental, es de tal dimensión que todos los días necesita de una atención especial, por lo que espero que así sea y no se restrinja al día que ya paso. Pongo el título del artículo entre interrogaciones porque realmente tengo grandes dudas de que los enfermos mentales gocen del respeto que como personas tienen acreditado.
Y mis dudas, que puedo confirmar por mi experiencia en mi ya casi finalizada vida profesional, desgraciadamente se van reafirmando hasta el punto de poder afirmar que no tenemos el respeto debido al enfermo mental. Justo es reconocer que en el tema de las personas con discapacidad intelectual, la sociedad ha evolucionado muy en positivo, traduciéndose tanto en la comprensión que las personas en general tienen hacia quien sufre alguna discapacidad intelectual, como en los esfuerzos de las distintas administraciones por aportar recursos que permitan el tratamiento que necesitan.
Pero en el tema de la esquizofrenia la cosa es muy diferente. Si en el tema de la discapacidad intelectual hemos desterrado del vocabulario la palabra tonto o subnormal, no ha sido así en lo que respecta a los enfermos a los que me refiero que siguen siendo llamados “locos”, “majaras” y otra serie de palabras de lo más peyorativas posibles.
Aquí ya tenemos un caso de discriminación. Pero no es lo peor el vocabulario. Es peor la incomprensión. ¿Quién no ha oído o utilizado frases con la siguiente?: “Si ese está loco para su avío”, o alguna parecida. Si oímos que se ha producido un asesinato y dice la información que el causante está sometido a tratamiento mental, lo primero que se nos viene a la cabeza es que porque no se mató él primero. Y así muchas otras cosas que demuestran la falta de comprensión que esta sociedad tiene para con estos enfermos.
Yo estoy de acuerdo con la teoría de los psiquiatras de que la enfermedad mental no necesariamente tiene que ser crónica, y es tratada como si fuera otra enfermedad. O sea que si Vd. tiene algo en el estómago, por ejemplo, cuando se ponga peor va al médico, lo ingresan y lo curan. Y hasta la siguiente. Igual está pasando con los enfermos mentales. Cuando sufren la crisis, van a la Unidad de Salud Mental, les curan la crisis y a casa.
El problema es que con la desaparición de los psiquiátricos, cosa con la que estoy totalmente de acuerdo, hay una falta de recursos para aquellos enfermos que su enfermedad, es decir, sus brotes son permanentes y son las familias las que están sufriendo no sólo la enfermedad del ser querido, que ya es bastante, sino las consecuencias de la conducta que produce la misma y que todos conocemos. Es precisamente esta conducta la que nos empeñamos en no comprender, y lo que yo quiero transmitir a Vd. amable lector o lectora, si me ha concedido el honor de llegar hasta aquí: Seamos comprensivos con los enfermos mentales. Desterremos, como lo ha hecho el Parlamento Andaluz, de nuestro vocabulario la palabra loco y otras similares. Y consideremos la enfermedad mental como una más, y al enfermo le demos toda la comprensión que se merece. Ah, y como se me acaba el espacio no puedo extenderme en comentar lo del Sr. que pusieron internet, y que Vd. habrá leído en este medio. De todos modos mejor es no hablar de los sinvergüenzas.

EL PAIS.COM ( salud ) sábado 4/8/2007

TRIBUNA: DOMINGO DÍAZ DEL PERAL
El estigma de la enfermedad mental

Una de cada cuatro personas padece una enfermedad mental a lo largo de su vida. En la gran mayoría de casos, la superará y en otros, si bien la enfermedad perdura, el paciente, con ayuda de familiares, amistades y profesionales, será capaz de afrontar su situación. También puede ser un proceso largo y doloroso, no sólo por la gravedad de su patología, sino por la imagen negativa que la sociedad posee de las personas con enfermedad mental. Gran parte del sufrimiento que padecen estas personas tiene su origen en el rechazo, la marginación y el desprecio social que tienen que soportar, y no en la enfermedad en sí misma.
El estigma social, basado en prejuicios y tópicos, impide la total recuperación del enfermo mental y le mantiene aislado en su enfermedad
La percepción social de la enfermedad mental está sesgada por el desconocimiento y la desinformación, e influye en el aislamiento de las personas que la padecen, haciéndoles creer que su enfermedad es una losa demasiado pesada de la que no podrán sobreponerse, y poniendo barreras a su recuperación. Nos referimos al estigma de la enfermedad mental, sustentado en prejuicios y causante de discriminación social, que se debe combatir por injusta, cruel y por no tener base científica.
La estigmatización es casi siempre inconsciente, basada en erróneas concepciones sociales, arraigadas en la percepción colectiva. Por ejemplo, que una persona con esquizofrenia es violenta e impredecible y no podrá nunca trabajar o vivir fuera de una institución ni tener una vida social. Que una persona con depresión es débil de carácter. Que no puede casarse ni tener hijos e hijas. Que la enfermedad mental no tiene esperanza de curación. Que es imposible ayudarle.
Y tiene diversas fuentes. Los vecinos que se sienten incómodos con estas personas, evitan cruzarse con ellas y desearían que en el edificio no hubiera gente así. Los empleadores que temen que estén siempre de baja y las relegan a funciones de menor responsabilidad. Los periodistas que reflejan las creencias erróneas de la sociedad, como parte de la sociedad que son, y las transmiten en sus informaciones. También los profesionales socio-sanitarios, incluidos los de salud mental, son fuente para la estigmatización cuando en la consulta ven sólo la patología y no a la persona. E incluso la propia familia, que por causa del estigma siente vergüenza y esconde la enfermedad, la niega y con ello también niega a la persona.
El estigma de la enfermedad mental viene heredado de siglos de incomprensión, de una mentalidad proclive a encerrar al loco y alejarlo en lugar de ayudarlo desde una perspectiva de salud e integración. Hace ya más de 20 años que se inició la reforma psiquiátrica, se desmantelaron los psiquiátricos y el loco pasó a ser un ciudadano. Pero desmantelar el estigma de la conciencia colectiva parece una tarea mucho más difícil. Las barreras de los antiguos manicomios han dejado paso a otros muros, invisibles, que mantienen el aislamiento e impiden la total recuperación de los pacientes, mediante prejuicios y tópicos que los encierran en su enfermedad.
El silencio que rodea a cualquier problema de salud mental forma parte del problema. Las enfermedades mentales están silenciadas, ausentes e invisibles. Están muy cercanas pese a que siguen siendo grandes desconocidas para la sociedad. La realidad es que una de cada cuatro personas padece una enfermedad mental a lo largo de su vida, y eso son muchas personas. Puede ser una amiga, un novio, un padre, una hermana o un compañero de trabajo. El 9% de la población española sufre una enfermedad mental. Estas cifras crecerán, en una tendencia común en el mundo occidental y con un elevado coste social y económico.
Las autoridades políticas y sanitarias han identificado el estigma como una parte sustancial del problema de las personas con enfermedad mental, en el afrontamiento de su recuperación. Y su erradicación se está convirtiendo en objetivo prioritario de intervención institucional; de la Organización Mundial de la Salud, de la Unión Europea, del Ministerio de Sanidad, que establecen la necesidad de una mejor concienciación de la población respecto a las enfermedades mentales y su posible tratamiento, así como el fomento de la integración de las personas afectadas mediante acciones de sensibilización. «Una de cada cuatro personas padece una enfermedad mental a lo largo de su vida. Reconócelo, la salud mental importa» es el eslogan de una campaña de la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía.
Además de las campañas de sensibilización, la atención en la comunidad con servicios sanitarios y sociales de calidad, y sobre todo el contacto directo y en lugares normales de vida con las personas afectadas, parecen ser las estrategias más eficaces para luchar contra el estigma. Es necesario que nos cuestionemos la visión que poseemos de la enfermedad mental y nuestras actitudes con quienes la padecen. Tenemos múltiples barreras que superar. También hay mucho que ganar.
Domingo Díaz del Peral pertenece al Grupo de Comunicación de Salud Mental de la Consejería de Salud de Andalucía y firma este artículo junto a los otros miembros: Andrés López Pardo, Gonzalo Fernández Regidor, Pablo García Cubillana, Rafael del Pino, Eulalio Valmisa, Emilio Andrade, Joan Carles March, Águila Bono del Trigo, Ángel Luis Mena Jiménez.
NOTA : afem.pes es una asociación sin animo de lucro si alguna persona o entidad se siente molesta por estar en este blog rogamos lo comuniquen y será retirado inmediatamente.

AÑO 2006

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GALA BENEFICA TEATRO 2006

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